martes, 8 de febrero de 2011

Lentejuelas chinelas sobre exquisito terciopelo, Carnaval IIparte

Era tiempo de dejar esas pastillitas de canela con patas, panza llena corazón contento. Eran como las cuatro de la tarde; salimos del mercado, deleitados entre los colores, olores y sabores, había frutas que nunca había visto, aromas seductores que tentaban a nuestro estomago para seguir comiendo, pero no, era hora de empezar a consentir a los oídos y que el cuerpo se fuera a bailar.


Mercado de Yautepec



calle antes de la fiesta



     Nos dirigimos a una calle del pueblo y bastante gente ya empezaba a juntarse, era un remolino humano, fue entonces cuando vi a los primeros chinelos, eran los del pueblo de Tlayacapan, un pequeño anticipo de lo que nos esperaba, y caminando, moviendo los brazos discretamente porque a lo lejos ya se dejaba oír la música de la tambora, fueron apareciendo esas barbas puntiagudas, esos ojos entre tristes y contentos que invitaban al gozo, esas figuras singulares, apariciones mágicas hechas de lentejuela y chaquira que se paseaban orgullosas sobre terciopelo negro y verde oscuro, así  miré a mi primer chinelo de Yautepec, altanero y delirante, casi surreal, avanzaba delante de unos carritos de papas y algodones, como si el amarillo y el rosa lo fueran escoltando, y la fiesta apenas empezaba.



El Brinco del Chinelo



Con un poco de timidez me incorporé a la comparsa, fue solo cuestión de segundos para la pena abandonara mi cuerpo  para que junto con mi alma se entregara a los delirios del baile, y aunque no soy fanática de la música de banda, hay algo en ese momento que te atrapa, rapta tus manos y tus brazos, pone a  mover hasta a el mas pequeñito de los dedos de tus pies,  invita y seduce al baile, y la sinceridad de la gente con la que va bailando, riendo y jugando, el celebrar estar vivos salta por los poros de cada uno, se contagia, gente de todas las edades hace el tradicional "Brinco del chinelo"  baile que comenzó en la época colonial para satirizar los bailes de la clase alta, a los que se negaban el acceso a indígenas y mestizos, como parodia a las suntuosas fiestas y sus recargados adornos y trajes, así inició la tradición del chinelo, palabra en nahuatl que los historiadores creen que podría significar "el que se cree mucho, el de la piel roja" o "el que mueve bien los pies y la cadera" .

                                              


Después, nos reunimos todos en el patio de una casa, llegaron las trompetas, los trombones y las tubas, y como en una especie de duelo de baile y adornos, pasan dos chinelos al centro a mostrar sus mejores pasos; los trajes se lucen, se mueven, las chakiras delicadamente confeccionadas que caen del sombreo cobran vida propia, y a pesar del enorme peso de los trajes, los que llevan el orgullo de portarlos bailan con mucha destreza, es hora de lucir los trajes, trajes tan suntuosamente elaborados que a veces la manufactura se lleva a cabo desde un año antes, trajes que llegan a costar mas de veinte mil pesos.  Las lentejuelas cosidas sobre el terciopelo traen para el gozo de la vista hermosas y vividas imágenes de el popo y el izta, de calendarios aztecas, de serpientes emplumadas, guerreros mexicas, pirámides, penachos, jaguares, bueno, hasta un pinocho nacido de lentejuelas anda bailando en los también orgullosos trajecitos de los niños.

Detalle de traje chinelo


         La tarde iba cayendo, pero ese día nada detendría el baile, íbamos pasando sobre las calles hasta que la noche nos alcanzó, y nosotros alcanzamos el centro del pueblo donde ya esperaba un escenario para que los chinelos subieran a seguir luciendo sus imágenes de chakira y seguir bailando, la fiesta estaba acompañada de las luces de los juegos mecánicos y una máquina de algodones que echaba hilos de azúcar al cielo, eran como ángeles azules y rosas, que para deleite de los niños flotaban apenas sobre sus cabezas y  como se enorgullecían por atraparlos.



Niño chinelo


   Era hora de dormir, porque la mañana siguiente era para ver el desfile, los carros alegóricos llevando a los chinelos a cuestas, y se daría la premiación al mejor traje, pero el mejor premio nos lo llevamos nosotros al gozar de la comida, los hermosos trajes, el baile, la música, el carnaval y esa maravillosa fiesta y celebración por la vida.


Feria de Yautepec, Morelos.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El sabor del alma de los jumiles

      Se acerca la época de carnavales, para dar paso a la cuaresma cristiana, pero antes, es momento de que el espíritu salga a divertirse, a convertirse en otra persona por medio de mascaras y hermosos disfraces, carnaval; palabra que no alcanza a describir ese momento de baile y fiesta, donde se olvidan las etiquetas, tiempo festivo que se quedo grabadó mayormente en la tradición católica,  resultado de un posible coqueteo entre el catolicismo y  las festividades paganas, en aquellos ayeres en las que los pueblos antiguos  honraban y dedicaban una fiesta a Baco, el dios del vino. En México Mayahuel, la diosa del pulque y la embriaguez nos sigue acompañando. Años después, sin importar el lugar, aún se sigue festejando con singulares fermentos.

       Recuerdo a casi un año, mi primera vez en medio de un carnaval, no fue el de Veracruz, ni el de Mazatlán, y mucho menos el de Río, (ni con todos mis deseos de escuchar y ver bailar samba, y dejarme deleitar por el portugués, idioma que me fascina, porque me parece que se oye casi como cantado, ese ritmo calmado que quiere como descansar y ventilar el calor con las palabras). El carnaval al que asistí no fue de esos grandes, y eso fue lo que me hechizó, un carnaval pequeño, mas íntimo,  en donde pude estar codo a codo con los que bailan, no vi el carnaval, fui parte de él, andar con todos y dar de brincos en medio de la comparsa, todo eso sucedió en el carnaval de los chinelos, en Yautepec, un sencillo y pequeño pueblo en el estado de Morelos, que como reza su dicho, "En Yautepec de Zaragoza, donde se vive y se goza y se chupa cualquier cosa" y tal enunciado predijo una genial tarde de danza y gozo, de festejar la vida.


Yautepec, Morelos

    Todo empezó un sábado de febrero, llegamos acalorados pero maravillados de la vista de los dos grandes "el Popo", como cariñosamente todos lo llamamos, y su querida "Izta" yaciendo a un lado, ambos tenían sus copetes blancos, incluso desde la carretera el carnaval ya había empezado, ya se complacían tres de nuestros cinco sentidos, el calor ya  hacia sudar a los poros, los ojos ya se habían deleitado un poco, aunque aún faltaba lo mejor.

"El Popo"


  Luego fue el turno del gusto, que sería premiado con alguna de la comida típica de Yautepec, ricas gorditas, itacate y chale acompañadas de agua de horchata, blanca y espumosa para que combinara con la nieve de los volcanes. Pero antes de todo eso, la mejor y mas exótica botana, ¡insectos! y no solo eso ¡insectos vivos! Son unos pequeñitos llamados jumiles, los cuales se deben comer vivos, y ahora que lo pienso, me siento un poco mal por haberme comido a un animal vivo, pero dicen que muertos ya no saben igual, hay que ponerlos vivos sobre la lengua, y hasta que caminen un poco sobre de ella, dicen que comerlos vivos es lo que les da el sabor, recuerdo que su alma sabía a canela.

Jumiles