miércoles, 2 de marzo de 2011

Puentes medievales, y deja vu en Brujas

No sé por que, aun no puedo terminar de escribir esto. Recuerdo los edificios, los ladrillos viejos, silencios momentáneos y una sensación de soledad y nostalgia mezclada con magia. Cuando caminé por la Grote Mark, sentí unos de esos deja vu que a uno lo dejan helado, no había visto imágenes de ese lugar, de esa plaza en específico, pero ésta había aparecido en mis sueños de la misma forma, quizá porque ahí es un lugar  de ensueño.



     La ciudad de Brujas tiene algo peculiar, aún tiempo después, no logro descifrar que es, casi todos sus edificios mantienen la arquitectura antigua, pero tiene otra cosa, creo que tiene algo de magia, una magia que se funde con misterio, caminar por la parte antigua de la ciudad de Brujas es como viajar al pasado, sus ladrillos van cargando la historia y en los callejones solitarios casi oigo murmurar algunas platicas medievales, me siento fuera de lugar con mi ropa de este siglo, jeans y chamarra de telas sintéticas, siento que debería ir caminando con un vestido medieval.


   Después de llegar a casa de la amiga que nos hospedó, que por cierto nos hizo sentir como en casa, salimos a explorar la ciudad, nos olvidamos de los mapas y nos dejamos llevar. Lo primero que vimos fueron unos edificios que eran un antiguo hospital, sin saber a donde llegaríamos, solo seguimos caminando, hasta llegar a la plaza principal, donde está la torre de Belfort, (también llamada la torre Pisa del norte).

     Fue ahí donde llegó a mí una sensación muy extraña, casi indescriptible; la plaza nublada, el tiempo como detenido, una melancolía muy grande se apoderó de mí, en el aire se respiraba misterio, una nostalgia de los siglos que se quedaban ahí. Veía a la gente pasar con cierta cadencia, algunos caballos, una sensación de calma y a veces de abandono, como si todos fuéramos solo fantasmas transitando por ahí, cuerpos andantes que un día dejarían de caminar, como tantos otros anónimos que ya habían pasado por ahí, por siglos, como si fueran los edificios los que nos miraran a nosotros y no al revés, como si esas piedras recordaran que por ahí han pasado tantos y seguirán pasando, y todos lo que caminamos por ahí, algún día vamos a perecer, y los edificios permanecerán erguidos después de nosotros, mucho después, como ya lo han hecho por tantos años, para la torre Belfort todos somos y seremos fantasmas que vamos a observarla, pero es algo mágico...


    Recorrimos los canales, con sus cisnes y sus patos, admirando cada construcción y los delicados encajes, todo es un regalo a la vista en ese lugar. Llegamos a la plaza de Burg, entramos a la iglesia de la Santa sangre, donde se dice que un caballero medieval llevó una reliquia que contiene la sangre de Cristo, se dice que la llevó desde Jerusalén a Brujas en la Segunda Cruzada, alrededor de 1250. Un pequeño frasco, de no más de cinco centímetros atrae gente de todo el mundo para poder plasmar sus manos aunque sea por unos segundos ahí.

 Amo el calor, así que mientras caminamos entre los colores que ya se tatuaron en mis ojos como los colores de Brujas; café, rojo y dorado, el frío helado me cala los huesos, llegamos a los molinos, monstruos gigantes, que para mi felicidad parece que rasgaron por un momento el cielo, abrieron un poco las nubes para dejar entrar un poco de sol.



   Seguir perdiéndose y caminando por este lugar que no conoció el paso de los siglos, pasar sobre sus puentes y respirar el chocolate, tomar algunos tarros de su gran variedad de sabores de cervezas e imaginar a que saben los otros 298 sabores, esconderse, dejar pasar el tiempo, vivir como en un cuento de hadas, un sitio que en la noche duplica su misterio y magia. Tiempo después, cuando veo imágenes de Brujas, lo veo tan lejano, lo recuerdo tan idílico, que me es difícil pensar que no fue sólo un sueño.







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