miércoles, 5 de enero de 2011

Huyendo del starbucks, (té chai en tierras tedescas)

Lo hermoso de tomar el tren de Frankfurt a Colonia fueron los paisajes del río Rhin y los castillos que se iban apareciendo a lo lejos, algunos de ellos encaramados en las montañas, entre una discreta neblina que los anunciaba como el personaje principal de los cuentos medievales. En el vagón comedor apareció un personaje real, un señor empezó a platicar con nosotros, parece que le dimos curiosidad, se notaba a leguas que no eramos de ahí; ¿seria acaso porque íbamos con la boca abierta mirando el paisaje y yo parecía un saltamontes entre los asientos y las mesas para sacar fotos de todo?

Le contamos que estábamos de vacaciones; él, mientras se tomaba una cerveza (bueno, de hecho se tomo tres, no es que se las fuera contando, pero se me estaban antojando) nos contó que era un profesor universitario, iba a dar una platica de lingüística a Hamburgo, cuando dijo lingüística no pude evitar pensar en los conceptos y estereotipos del idioma alemán, que es rudo, nada romántico, lo cual me parece curioso porque es el idioma del país donde inició la corriente de romanticismo, a mí me encanta como se oye, me parece un idioma muy bello, y difícil también, menos mal que el profesor nos hablaba en inglés, porque mi mente no procesa aún tan bien el idioma de Goethe. Platicamos las dos horas del trayecto; sobre viajes, educación, estilo de vida en cada país, decisiones y hasta de amor y relaciones humanas. Lo que empezó con la pregunta de un extraño "¿De dónde vienen?" terminó siendo una charla muy amena, con el Rhin de fondo, con las cervezas en las manos, como si estuviéramos departiendo y conversando con un amigo, eso es otra cosa genial e incomparable de los viajes, la interacción con la gente, y que no importa la edad, el lugar de donde venimos o a donde vayamos, siempre habrá temas y preocupaciones en común.



     Finalmente, el señor nos dijo "Miren, a lo lejos, se ve la catedral, ya estamos en Colonia" recuerdo las torres emergiendo misteriosas, nos despedimos y nos deseó buen viaje, nunca lo volveré a ver, pero en mi mente se quedará todo lo que platicamos.

     La sensación al bajarse del tren y caminar, poner los pies fuera de la estación, ver esa gran iglesia, imponente y gótica con sus agujas y adornos, fue algo maravilloso. Era un día nublado, estaba lloviendo, y yo que odio, bueno odiaba, los días nublados y lluviosos, porque siempre he pensado que cuando amanece así es como vivir en una película en blanco y negro, ese día mi percepción cambió, así era perfecto, esa iglesia no podía combinar con una tarde brillante y soleada, y en ese momento hice las pases con los días lluviosos.

     Para resguardarnos de la lluvia y comunicarnos a casa entramos a un Starbucks (no soy partidaria de consumir en franquicias, y menos en un viaje al otro lado del mundo, pero tampoco soy una mula de carga y buscar un lugar mas típico con las mochilas y el agua sobre los hombros no era la mejor opción), y muy contentos pedimos un par de tés chai. Nos sentamos en una barra cuya ventana daba a la iglesia, como no alcanzaban a verse las agujas de ésta, recuerdo que salía a mojarme para verlas, que importaba la lluvia cuando uno está ante kilos de concreto hecho arte e historia. Se configuró la laptop, se estrenó nuestro convertidor de voltaje, y pasaban los minutos, las tazas de nuestro té casi se acababan, cuando de repente empece a percibir un olor a tostado, pensando que era de los panes de los vecinos, pero no, olía a algo mas, a algo tecnológico, no era el clavo, ni el cardamomo del té, mmm no sé, "Alguna receta alemana que huele a electricidad, aquí son muy tecnológicos" pensé. De repente se escucha una pequeña explosión, un discreto tronido venía de nuestros pies, como estaba embobada en la vista, no me percaté que lo que había explotado, lo que olía y ya se estaba quemando y sacando humo de la pared era nuestro convertidor de voltaje, había hecho corto circuito y se estaba quemando, nos tomamos el poco té que quedaba, tomamos un pedazo de tela y desenchufamos con cuidado el aparato ese, el toma corriente había quedado ahumado, afortunadamente no pasó nada más,  soplamos un poco, todavía se percibía el olor a quemado, pero el aroma a café era mayor y lo opaco. Al ver que nada había pasado,  guardamos la laptop para salir con discreción antes de que se dieran cuenta que habíamos dañado su conexión. Salimos invictos, creo que solo los vecinos curiosos de a mesa de al lado dieron cuenta de nuestro desastre tecnológico.

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