martes, 25 de enero de 2011

El huichol que vivía en mi pared

Hace tiempo, tenía sobre mi pared un calendario de diferentes paisajes y culturas de México, todos eran hermosos, al mirar la fecha, bastaba un segundo para querer estar en cualquiera de esas imágenes, anhelaba estar en cualquiera de las playas, bosques, pirámides, desiertos, ciudades coloniales que tenía el calendario, todas eran estampas espectaculares, pero había una foto que especialmente me fascinaba, me hechizaba e indudablemente cuando la veía, los números y las horas desaparecían por un instante, porque estoy casi segura que así es la vida de quien estaba en la foto, se podría pensar que era la imagen de una playa, por la calma que esta a veces nos proyecta, el quedarse tirado en la arena y  crear algo simbiotico con ella, hundirse sin que importe la hora o el día, solo el sol que acaricia y las olas que hipnotizan; pero no, no era un paisaje, era un huichol.

     Casi no recuerdo el paisaje, era lo que menos importaba en esa foto, un esbozo de desierto se notaba, solo tengo en mi memoria a un hombre, un huichol hincado sobre la tierra con su tradicional vestimenta blanca, sin mirar a la cámara, porque el paisaje al que miraba era mas importante que cualquier otra cosa que le pudieran mostrar, el paisaje ni si quiera se alcanzaba a ver, estaba fuera de foco, pero la serenidad que proyectaban sus enormes ojos marrón, podía percibirse, casi envidiaba la calma que irradiaba a través de ese papel en mi pared, era una mirada tan tranquila y absorta que casi me perturbaba, porque en un segundo, yo volteaba a cualquier otro lado y caía de golpe a un universo de agendas y papeles, de horarios, prisas y cosas innecesarias, un lugar en el que a veces se pierde la esencia de lo que realmente importa, pero al voltear al calendario, como en un salto cuántico regresaba  a la calma, retornaba a Wirikuta, y desaparecían las horas

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