sábado, 8 de enero de 2011

lo que aprendi en Amsterdam...

     Esa mañana fuimos al museo de uno de mis pintores favoritos, Van gogh, o como lo llamo de cariño "vangui". Después de ver su obra y tratar de comprender su triste, genial y atormentada cabeza, pasamos una tarde por los canales, la casa de Ana Frank, y todo lo que pudimos caminar perdiéndose en tan singular lugar. La noche cayó mientras íbamos caminando y abriéndonos paso entre un discreto humo de canabis que en los pasillos estrechos le coqueteaba a nuestras narices, a la vez que tratábamos de entender algunos letreros en holandés.

        Nuestro tren salía a las 4am, así que ese día ya no nos hospedaríamos, vagaríamos en la noche por la ciudad de los tulipanes, entre canales, cisnes y las famosas ventanas rojas, cabe aquí contar una anécdota curiosa: recuerdo a unos chavos como de veintitantos, estaban en  el barrio rojo (lugar donde las sexo servidoras se anuncian en las ventanas con luces rojas) los hombres y porque no decirlo, las mujeres también vamos volteando a ver a las chicas; la prostitución está en todos lados, pero en pocos de forma tan abierta y singular, pero el mayor espectáculo para estos chicos post-adolescentes no eran las ventanas con las chicas en poca ropa bailando en ellas, ni las incontables sex-shop que se encuentran ahí; ellos contemplaban absortos otra cosa: los cisnes del canal, sus ojos solo seguían el ir y venir de las blancas aves, como si nunca antes hubieran visto un cisne, estaban maravillados, creo que salían de un coffeshop. 


      Después de cenar unos quesos, salirnos un rato de la zona más turística, nos fuimos a un bar, nuestros cansados, pero felices pies nos llevaron a uno que nos pareció bastante calmado y propio para platicar y seguir planeando el recorrido de los siguientes días. Era un bar muy acogedor, de madera, tipo Pub irlandés, con posters de fútbol, recuerdo que reconocí a algunos jugadores gracias a mi gusto ocasional e hipócrita por el fútbol en cada copa mundial. Nos sentamos y pedimos un par de expresos, mientras la dosis de cafeína llegaba, nos percatamos que la mayoría de la gente que estaba ahí era mayor de 60 años, y la mesa de billar al centro del bar, repleta de regalos, estaban festejando a una señora,  he olvidado su nombre, pero nunca olvidaré su rostro y lo que nos enseñó aquella noche.

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